domingo, 27 de enero de 2008

En Rosario, a 6 de Noviembre de 1909.
- Para Adriana –
Hubiera querido escribir día a día la existencia de mi hijita, pero ella misma me lo ha impedido; todos mis instantes son de ella, no hai un minuto del día que no esté consagrado a su cuidado. Y así ha ido transcurriendo el tiempo, i cuando me parece que sólo ayer vino al mundo, ya tiene más de cuatro meses. Es una preciosa criaturita que ya parece una persona en miniatura, más bien una muñeca; cuando mueve las manitos, los bracitos, cuando sonríe, se me figura imposible que sea la misma criatura que el primero de julio vio la luz. ¡Era tan chiquita, tan delgadita! Yo apenas me atrevía a tomarla i el primer baño que le di me costó lágrimas de ansiedad e inquietud; me parecía que a cada rato se me quebraba, se me desharía i en las noches seguía anhelante su sueño, pensando con horror que podía morirse. ¡Qué noches las primeras! Imaginando que en la cuna tendría frío, la llevaba a mi cama, la abrigaba con mil cosas, i así medio recostada espiaba sus menores jestos; impaciente esperaba la luz de la mañana para que llegara mi mamá i todos los de casa; entonces respiraba tranquila: bañaban a la guagua, la vestían, ella lloraba i yo veía que estaba viva! ¡Quién no conoce las emociones de una madre ante su primer niño no sabe de ternuras, de cariños, ni de inquietudes! Y así han pasado estos cuatro meses…
Al principio criaba yo misma a mi hijita; era mi mayor placer, pero mi leche no le era suficiente i a pesar de los esfuerzos que hice para que me aumentara, me fue imposible; por último una fiebre intempestiva me llevó la alegría de seguirla criando; i con dolor de mi alma tuve que resignarme a buscarle ama, es decir, una madre que me quitaría los más preciosos momentos de mi hijita; una extraña que le daría la vida… Sufrí mucho ante esta idea i aún ahora que ya va a hacer un mes que ella la cría no puedo conformarme. Cada vez que la niña come, me pongo a su lado; cada vez que van a mudarle los pañales estoi con ella, quiero compartir siquiera esos momentos que me roban de ella.
Pero mi tormento mayor es la noche; deliro, me afiebro pensando que está lejos de mí, que no la tengo a mi lado como cuando estaba pequeñita, que no soi yo quien la arrulla; i que otros brazos i otros labios la consuelan i la duermen.
A lo que no he podido renunciar es a bañarla; en la noche, después de comida es la hora más feliz; tomo a mi hijita i a cariños i besos espero la hora en que se baña; entonces son para mí todas sus risas i sus gorjeos de felicidad, al verse libre de amarras i pañales i sentirse en el agua. ¡Cómo goza! ¡Cómo patalea i salpica el agua a todas partes! ¡Qué dicha la mía! Después la visto, la arreglo i se la paso a la ama para que le dé de mamar; enseguida la busco de nuevo i la hago dormir en mis brazos; le doi un beso, la pongo en su camita i salgo con el alma llena de la más pura i excelsa dicha.”
Anoche me levanté varias veces, como casi todas las noches, i al ver lo mucho que lloraba me la traje a mi pieza; la acallé, la acaricié i la puse en mi cama, i así abrazada a ella durmió dos horas. ¡Cómo suspiraba la pobrecita! Parecían desahogos, alivios de su corazoncito que latía a impulsos de su respiración! Yo la sentía cerca de mí, la miraba a mi antojo, le tomaba las manitos tan lindas i suaves como pétalos de rosa i me sentía tan feliz i tan contenta que no hubiera cambiado mi dicha por nada.
Ya ella tiene 4 meses; día a día su inteligencia se va haciendo más clara, su mirada más entendida. Miro sus ojos tan risueños i angelicales i pido a Dios con toda mi alma que no les reserve muchas lágrimas.
Cierro esta pájina para escribir después en este libro otras i otras.
Mi hija duerme, con el sueño tranquilo i venturoso de los ángeles!
a las 9.22 de la mañana

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